Entre los factores motivacionales personales que pueden requerir una
reelaboración por correr el riesgo de trabar el proceso terapéutico, figuran:
- × El deseo de conseguir una autocomprensión más profunda a causa de una problemática emocional personal; eso puede llevar a explotar la relación terapéutica.
- × Utilización de la psicoterapia como medio para afrontar indirectamente las situaciones de la vida que resultan ansiógenas para el propio terapeuta.
- × Vencer la soledad y el aislamiento.
- × Deseo de poder y sentimiento de importancia atribuidos por el paciente cuando se ponen en marcha mecanismos de idealización.
- × Necesidad de expresar amor y ternura, fomentando una necesidad de necesitar o un sentimiento de omnipotencia en el terapeuta.
- × Rebelión indirecta hacia el sistema.
Otros factores motivacionales que se citan tienen que ver con la
experiencia que el psicoterapeuta ha tenido en el contexto de su propia familia
de origen:
- × Necesidad de proximidad e intimidad provocadas por un sentimiento de aislamiento durante la infancia, como resultado de acontecimientos traumáticos o de sentirse rechazados por la propia familia.
- × Triangulación con uno o ambos padres, entrenándose a resolver problemas emocionales y cognoscitivos propios de los adultos y a captar señales que manifiestan las necesidades de los demás.
- × Proceder de una familia con un miembro mentalmente o físicamente incapacitado, lo que predispone a una actitud de ayuda.
- × Atribución de un rol de “cuidador” dentro de la familia, lo que le impulsa a dejar de lado sus necesidades.
Dadas las motivaciones, conscientes o inconscientes, que pueden mover a la
elección o predisponer a la profesión de psicoterapeuta, consideramos
extremadamente importante que la formación contenga espacios que permitan
esclarecer como cada uno se posiciona en el momento en que se encuentra en
sesión con una persona que consulta por algún problema psicológico. Parece
vital conocer cuáles son los propios puntos fuertes, las aptitudes en que uno se
puede apoyar y, al mismo tiempo, ir al encuentro de la propia vulnerabilidad,
saber anticipar por dónde puede que la propia personalidad o la manera de
relacionarse con el dolor ajeno lleguen a entorpecer la vinculación y la
terapia.
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